¿De dónde proviene? ¿De un sitio específico y de varios lugares imprecisos? Yo espero algún momento saberlo, para abrazarlo y tocarlo cada vez que se me antoje. Yo no sé si está muy alto o demasiado abajo, muchos menos si se trata de un secreto que sólo se dice al oído con vocecita de oruga. Escucho el conversar de las tablas y me parece que ellas también lo disfrutan, porque cantan, ríen, aplauden si les de la gana. Hasta la ventana boquiabierta ondea sus brazos sonámbulos, porque sueña que se mueve, aunque moverse soñando es lo que quiere. Los vasos, incluso ellos se agitan con tanta danza en sus entrañas, aman las manos ajenas como besar las bocas de extraños… Cierran los ojos y se entregan, ¡qué privilegio!

Puede ser que esté en las hebras enroscadas de los cabellos o inclusive en los extremos coquetos de las pestañas. Yo a veces creo que lo he visto en los lunares nuevos que se me pintan en los brazos, aunque puede que se encuentre escondido bajo los pomelos párpados de las mujeres. Pero no son más que suposiciones, como supongo también que podría estar cómodamente recostado sobre los pies de algunos hombres.

Sube por entre las piernas, enredadera que aprieta y suelta, y sigue subiendo hasta la cima. Buscarlo es como perderse. ¡Y lo he encontrado tantas veces! Y ha sido ahí, justo en ese perderse donde he hallado los sentidos, o más aún: el sentido.

Afuera y adentro: la fuerza de la vitalidad regada por todas partes.

Hoy he pensado en la quietud

November 16, 2010

Digamos, por decir algo, sólo por eso, ¿qué hace una papa, pequeña y un tanto estropeada, sobre la acera? Sucia como ella sola, con la paciencia que nada más que una papa puede tener. Ahí abanonda, o tal vez por voluntad propia, sobre la acera, mientras millones de pies la esquivan, la evaden, algunos por despiste la patean, aunque la mayoría simplemente la ignora.

Pero por sobretodo, quieta. La papa no sabe de movimientos, ni de huídas, peor de prisas o falta de tiempo. No sabe siquiera de miedos o angustias, ni de pretéritos perfectos simples o imperfectos. Más aún, desconoce su suerte, porque no tiene suerte, no tiene otra cosa que su piel delgada y vulnerable, que irónicamente protege una pulpa dura aunque prometedora de posibilidades.

Entonces, ¿qué hace ahí?

Ser papa sin mayores pretenciones.

Y seguirá así, quieta, mientras yo me voy alejando, pensando en estas cosas que a ella le importan un pepino.

Inconmensurable

November 11, 2010

–Está todo bien –le dijo.

–Entonces… Todo está bien –respondió, tratando de contener el temblor de sus brazos, manos y labios, quién sabe si por nervios, pues la desarman ese tipo de conversaciones aunque no sea susto, sino más bien como un encantamiento por la honestidad. Pero pudo ser también el frío repentino de la ciudad a la noche, que de pronto se había convertido en un desafío para los científicos encargados de predecir el clima.

Fumó más de lo habitual, hace ya bastante que había dejado de hacerlo, pero hay días, como aquél, en que lo destructivo pasa a convertirse en complemento de eso que la reconforta. Da igual amanecer al día siguiente con la garganta gruesa y áspera, y con ese saborcito a cartón viejo. Da igual.

Luego de una noche así, la mañana se comporta distinta, suena incluso diferente, despilfarra un aroma embriagador… Cuando está todo bien, la mañana y todas las cosas son las mismas pero inmensas, descomunalmente bellas.

 

[Imagen:
• Patricia Metola •
http://tipika.blogspot.com/]

Lo es una copa de cristal, que con apenas un golpecito ocasional puede quebrarse. Lo es también la piel, que con el roce de una cuchilla afilada puede suavemente abrirse. Lo es el ojo, que si recibe el beso del viento fuerte o el insignificante choque de alguna pelusa puede irritarse.

Como frágil es así mismo la noche que con una luz, o miles, termina por convertirse en amanecer. Lo es el sueño, que con el aullido infernal del despertador se derrumba. Lo es incluso un plan, pues con una llamada inesperada puede cambiar de rumbo. Es así de frágil también el andar por la calle, cruzar por las rieles del tren aún cuando la señal está verde.

Hoy he pensado en lo frágil. En cuánto lo es, por ejemplo, un cuerpo de cinco, seis, siete meses dentro de otro cuerpo. En cuánto lo es sin duda por llevar dentro de sí la fragilidad del que aún no se sabe cuerpo.

Pero pienso también en lo complementario:

Así como frágil, qué fuerte que puede ser. Sobretodo ése, el cuerpo que acuna a otro igual de frágil y fuerte durante nueve meses, con la decisión absoluta de darle vida.

 

Final de jornada

November 5, 2010

He caminado varias veces por esa misma calle, y he girado inclusive por esa misma porción de acera. ¿Cuántas? Quizás doscientas, o más estoy seguro. Ya empiezo a reconocer a la gente que hace lo mismo que yo. Ya de hecho podría decir que conozco sus gestos, sus formas de tomar el cigarrillo, que sé cuando están felices o cuando han tenido un mal día. Para no verlos como zombies, les he puesto nombres. Nominarlos hace de ellos un poco menos zombies y un poco más personas. Van hacia Catedral o hacia Congreso de Tucumán, eso da igual. El asunto es que van. Siempre. Porque no tienen otra que hacer.

Poseen la habilidad sorprendente de subir pendientes en forma de escalones con los ojos cerrados, o de calcular distancias y proxémica en cuestión de microsegundos. Son impresionantes, de verdad que lo son. Juan por ejemplo, éste que se ha colocado a mi lado izquierdo, lleva sin falta unos tapones blancos y extraños en sus orejas, como si estuviese conectado a algún aparato. ¡Eso! ¡Como un robotito! Y se mueve también igual que un robotito. Algo torpe algo alegre algo perdido.

–Adiós, Juan –le digo, y mientras él va perdiéndose de mi vista, escabulléndose por entre Darío, Florencia, César, Jorge Luis, y el resto.

Seguro estoy de que yo también tengo un nombre.